Volver al ruedo

No hablo de nada nuevo cuando digo que la pandemia ha cambiado nuestras vidas. A lo largo de este año hemos vivido todo tipo de situaciones inesperadas y hemos tenido que acostumbrarnos más que nunca a la incertidumbre y a los cambios. Aquello que antes era la normalidad se esfumó de un día para otro.

A mi me pilló recién llegada de mi viaje a Senegal, aterrizaba a Barcelona el 19 de enero de 2020 y un mes y medio más tarde, el 15 de marzo, cuando apenas había tenido tiempo de retomar la normalidad, empezaba el confinamiento. Fue un choque tan grande y absurdo que al principio ni reaccioné. Venía de África; de haberme puesto 4 vacunas para volar, de haber rezado bastante para que no me picase el mosquito de la malaria, de haber dormido en cabañas de barro y de haber compartido bailes, música y comida con muchísima gente concentrada en casas y calles de todo el país.

Fotografía: Roser Gamonal

¿Y resultaba que me tenía que quedar encerrada y aislada como si fuera una muñequita de cristal? Menuda tontería (pensé en aquel momento).

Miro hacia atrás desde esa fecha clave y venía de toda una carrerilla de alegrías, 2019 fue un gran año y 2020 empezó prometiendo mucho. 

El 9 de Noviembre de 2019 terminábamos la gira con Alfred García en el Sant Jordi Club ante casi 5.000 personas y el 25 de Noviembre cogía ese avión mágico. Volví de África con la sensación de estallar de felicidad, ese viaje había sido de lo más emocionante. Teóricamente volvía a Barcelona el 14 de Enero y cambié el vuelvo a último momento al 18 solo para alargar 4 días más. Aterricé de vuelta la madrugada del 19 de Enero de 2020 y ese mismo día por la tarde ya estaba en el plató de OT para la Gala en directo. Mi vida de antes solía ser así, un frenesí continuo con un montón de curvas de adrenalina. Siempre tenía la sensación de que cada año era mejor, de que me pasaban cosas más increíbles y de que mi camino se acercaba más a ese ideal que siempre había deseado pero luego llegó el Covid-19.

Hace poco mi querida Lucia Fumero (escuchad su nuevo disco si aún no lo habéis hecho) me dijo que le parecía un Samurái de la vida, refiriéndose a mi forma de enfrentar la realidad, como si nada pudiera hundirme, y realmente yo lo sentía un poco así. Hoy en día, después de haber vivido esta crisis tengo que reconocer que soy mucho más vulnerable de lo que me pensaba y que me ha servido para darme cuenta, por encima de todo, de lo necesaria que es la música en mi vida.

Empecé el confinamiento con una actitud relajada, era bastante incrédula con la realidad de la enfermedad y tenía la sensación de que aquello era una especie de conspiración y que se resolvería pronto. Pasé la primera etapa entretenida en reconectar con la vida europea y asimilar todo lo que había vivido en el otro continente. Llevaba dos meses fuera de casa moviéndome de aquí para allá de mochilera con total libertad así que a priori no era tan 

grave gozar de la tranquilidad del hogar. Por supuesto que tenía ganas de conciertos pero había estado en contacto con tanta música en Senegal que aún me duraba el subidón. Fui inventando mi día a día lo mejor que pude durante toda esa época y pese al momento que estábamos viviendo, contra todo pronóstico, también me llegaron buenas noticias. Durante bastante tiempo parecía que pese al Covid seguía con la buena racha; me llamaron Ana Tijoux y Maren para formar parte de sus proyectos y entré como endorser en las marcas con las que siempre había soñado. 

Parecía que todo estaba más o menos bien pero luego llegó Febrero y Marzo de 2021, vi mi calendario prácticamente desierto, sentí todo el cansancio acumulado y me pilló un patatús, primera vez en mi vida profesional que me pasaba eso. Me mudé a Barcelona para estar más en contacto con mis amigos, empecé a aprender a tatuar para aprovechar el tiempo y sentirme motivada con algo, pero la verdad es que fue un bajón sentir ese vacío.

Fotografía: Roser Gamonal

He estado meditando bastante alrededor de esa sensación, siempre me gusta analizarlo todo e intentar ordenar un poco las ideas y las emociones para tratar de aprender y de guiarme cada vez mejor. Ese vacío no es otro que el de la energía que recibía antes cuando estaba en el escenario tocando o cuando estaba entre el público viendo a compañeros y vibrando junto al resto de espectadores. Siempre supe que gran parte de mi felicidad surgía de estar todo el día en contacto con la música, con la alegría que se desprende de ella, no tan solo al tocarla yo sinó simplemente al escucharla de otros, sobretodo en directo. De todo lo que ella genera, de ver las caras de felicidad y los movimientos corporales que va despertando.

Ojalá todo esto nos sirva para entender cuán esencial es el arte para la humanidad, aunque las autoridades no hayan sabido apreciarlo ni cuidarlo. Podemos decir que somos una generación elástica que le ha dado valor a esa frase tan dicha y tan cierta.

Por fin vamos teniendo mejores perspectivas y parece que todo empieza a moverse hacia adelante. Las últimas semanas he vuelto a recibir llamadas de trabajo y he sentido inmediatamente un cambio de salud emocional radical. He aprendido a valorar más que nunca lo afortunada que soy por dedicarme a mi pasión y como se ha convertido en algo totalmente vital para mi desarrollo como persona, espero no olvidarlo nunca, cuidarlo bien y que en unos años solo se trate de recordar esta etapa como algo anecdótico: “¿te acuerdas de cuando llegó el Covid y de repente se acabaron los conciertos?”

Por mi parte voy a ir como la más fan a todos los directos que pueda, así como al teatro, exposiciones, etc. Y si antes ya vivía el escenario como si fuera un altar, ahora más que nunca le haré grandes honores cada vez que suba y sea consciente de todo lo que se puede crear y repartir desde allí arriba.

GLORIA MAUREL