Reflexiones de una mujer que toca la batería

Cuando me propusieron participar en esta revista fue por el interés de contar con una mujer en el equipo. El resto de colaboradores eran hombres y querían que alguien ocupara esa brecha. Mi primera reacción fue dudosa porqué cada vez me gusta menos que me llamen bajo ese argumento, ¿no deberían llamarme por mi trayectoria profesional o por mi estilo baterístico y no por ser mujer?

Sinceramente este asunto siempre me tuvo bastante aborrecida y quise evitarlo al máximo, pero llegados a este punto supongo que ya no tengo escapatoria. Aceptando la suposición de que se me considere una buena candidata para el puesto voy a intentar dejar testimonio de esta realidad que vivimos algunas pocas compañeras y yo: ser una chica que se dedica profesionalmente a tocar la batería en el s.XXI en España.

No me malinterpretéis, doy por hecho que la propuesta fue hecha con buena fe, con la intención de que quedara representada esa pequeña parte de nuestra sociedad y agradezco y valoro siempre cada oportunidad de escucha que se nos brinda como colectivo pero, señores, no creo que ese sea el buen camino para igualar el terreno. Me explico, considero que bajo mi voz no quedarán representadas el resto de mujeres por el simple hecho de que nos una un mismo género y profesión, disculpad pero eso sería una visión muy simplista del asunto. Es vital la presencia femenina pero no puede usarse como parche pensando que solucionará la problemática de fondo, hay que entenderla de verdad, profundamente.

A menudo tengo la sensación de que hoy en día se ha politizado de tal manera esta cuestión que se resuelve todo a través de la demagogia, con unos cuantos caramelos y estadísticas absurdas. Cada vez hay más espacios de debate pero sigo pensando que aún hay pocos hombres comprometidos con el cambio real. Lejos de una integración verdadera parece que estemos creando dos equipos, dos tipos de fichas de ajedrez que se separan en dos filas y nunca fui afín a esa voluntad de división.

Una de las recurrencias que he vivido últimamente es que cada vez que voy a tocar a cualquier sitio alguien me compara con alguna otra mujer baterista que ha visto anteriormente a mi (probablemente la única “otra”) y a la que no me une ningún parecido razonable más allá del sexo y, pese a que siempre me alegra saber de ellas, a menudo me pregunto, ¿es que en la música hay liga femenina y masculina como en el deporte? ¿Os imagináis que se clasificara la forma de tocar de cada sexo? ¿Habría rasgos comunes? ¿Cuáles serían en cada caso? ¿Habrá alguien que se haya dedicado a analizarlo?

Siempre he sido altamente defensora de la subjetividad, creo que cada persona tiene su propia visión del mundo, así que hay tantas formas distintas de pensar la misma idea como seres humanos. Podría estar de acuerdo en que hombres y mujeres nacemos con unas características que nos definen y que probablemente afecten a nuestra idiosincrasia personal y nos aporten rasgos parecidos, pero nunca estaré de acuerdo en que eso se dé por hecho y se haga juicio de ello alterando así nuestra oportunidad de libertad creativa total sin prejuicios.

Ayer por la noche tuve una buena charla con mi querido y admirado Aleix Tobias, de esas de copa de vino en mano y fuego de leña, de las que sirven para calentar el alma en las noches frías de invierno. Estábamos hablando de una de sus giras, esta vez en NY, cuando de repente me contó su encuentro con Tal Wilkenfeld, este hombre está lleno de sorpresas y guarda mil hazañas increíbles en sus bolsillos. Tal le llamó para tocar después de haber coincidido en una fiesta/jam y así pasó (tenéis el video en Youtube). 

Aquella anécdota nos llevó a hablar acerca de la velocidad de vida de E.E.U.U, de esa estructura basada en el éxito, de las apariencias, del business, de auto-venderse y de como se nota eso en el tocar y en el querer demostrar, una cosa llevó a la otra y de pronto me soltó esta perla relacionada con lo que os venía contando:

“Siempre he pensado que cuando veo una mujer tocando la batería me gustaría sentir más su feminidad, creo que sería algo muy bonito, a veces en nuestro instrumento hay demasiada testosterona”, me dijo.

Evidentemente no pude no sentirme aludida por sus palabras, otra vez el tema de siempre, así que empezamos un largo debate en el que traté de contarle mi visión basada única y exclusivamente en mi experiencia personal.

Dada la coincidencia me ha parecido oportuno atacar de una vez por todas este tema también por aquí, así que a continuación os dejo un intento de resumen desordenado de esa charla con Aleix:

Cuando empecé a tocar a los 9 años jamás se me ocurrió pensar en género. De hecho no lo hacía nunca en nada, me gustaba jugar al fútbol y vestir la ropa de mi hermano. Si tuviera que describirme de pequeña creo que fui más un niño que una niña, siempre digo que era un pequeño tarzán.

La primera vez que escuché hablar de una mujer baterista fue cuando a los 14 años mi profesor Javier Crespo me dijo que sería como Sheila E. En aquellos años aún no había el desarrollo tecnológico de hoy en día y apenas veía vídeos, solo me descargaba música y seguía sin pensar si los que tocaban aquello que me gustaba eran hombres o mujeres. 

En las primeras audiciones de la escuela sí me di cuenta de que era la única chica que tocaba la batería pero no le di la menor importancia. Más tarde, a los 18 años ingresé en el Taller de Músics, y a los 21 empecé el Grado Superior, también era la única. Pero yo seguía sin ser muy consciente de si eso suponía alguna diferencia.

Empecé a salir de noche y a ir a las jams de Barcelona, era adicta a la música en directo y pocos amigos me seguían el ritmo así que a menudo iba sola, quería ir tanto como pudiera al Jamboree, al Café Royale y al Marula. Durante todos esos años solo vi 2 mujeres bateristas en directo en contraposición a centenares de hombres. Y también en ese momento en el que empecé a exponerme llegaron los primeros comentarios sospechosos:

– Tienes más pegada que todos los hombres que han subido hoy.

– Qué bien ver a una mujer tocando la batería.

– ¡Tocas muy fuerte para lo pequeña que eres!

– Madre mía, con esos bracitos el ruido que haces.

– ¿Cómo demonios te las apañas para cargar el bombo?

– Me encanta que seas una chica.

– Qué sonrisa más bonita tienes cuando tocas, ¡y qué pelo!

– Sinceramente no me esperaba que tocaras así, ¡pero le pegas bien!

– ¿Quedamos en mi casa para tocar un poco?

– Qué suerte tienes de ser mujer, hoy en día está muy de moda.

– Queremos una chica en la banda, por eso te llamamos.

– Cuando te he visto pensaba que eras la cantante.

– Tienes mucha ventaja por ser chica.

– Parecías más alta en el escenario.

– ¿Cuántos años tienes? Pareces tan jovencita y ya tocas bastante bien, ¿cuánto tiempo llevas?

Podéis pensar que estas apreciaciones han cambiado con la edad pero la verdad es que no.

(Nota: para hacer una correcta lectura de todo ello hay que imaginarse siempre un tono de voz muy condescendiente y una mirada bien paternal que siempre se dilata repentinamente cuando respondo que tengo 28 años y que llevo tocando desde los 9, ello hace un cómputo total de casi 20 años de dedicación a la causa).

No es algo que haya hablado tan a menudo con mis compañeros así que tengo la duda, ¿a vosotros os hacen más comentarios sobre vuestro físico que sobre vuestra configuración o vuestra técnica?

Recuerdo perfectamente el silencio que se creaba cada vez que subía a una jam cuando aún no me conocía nadie de la escena musical de la ciudad. Hoy en día canta otro gallo.

Pero para llegar a la tranquilidad y seguridad actuales tuve que pasar por varias fases entre las que hubo la de cortarme mi melena a los 23 como forma de rebeldía ante tanto juicio.

Todas esas apreciaciones pueden sonar inocentes pero cuando se convierten en muy recurrentes toman otro peso y se tornan cargantes. Esa presión de saber que cada vez que tocara todo el mundo se acordaría de mi fue la que seguramente me llevó a endurecerme y a no permitirme fallar. Lo único que podía hacer era intentar tocar por lo menos igual que el batería que estuviera antes, y si eso era fuerte y con garra así tenía que ser yo también, no quedaba otra. 

Puede parecer ridículo o quisquilloso, tal vez insignificante, pero os prometo que ha marcado mi forma de ser, siento que me he obligado a ser mucho más masculina de lo que sería naturalmente para encajar y defenderme en este círculo y probablemente esa sensación es la que han sentido todas y cada una de las mujeres pioneras que eran las pocas o las únicas en sus campos. Todo eso por no hablar de la infinidad de horas que he pasado rodeada solo de hombres hablando sobre mujeres con la menor de las sensibilidades.

Por suerte cada vez somos más y las niñas de hoy en día pueden tener esas referentes cercanas en los escenarios españoles: Patti Ballinas, Naíma Acuña, Laia Fortià, Núria Perich, Elisenda Fàbregas, Xerach Peñate, Abril Saurí, Nailé Sosa, María Lázaro, Ursula Strong, Mariana Pérez, Rakel Arbeloa, Ra Tache, Nerea Bassart, Júlia Martín, y tantas otras que aún no he tenido el placer de conocer.

También quiero dejar constancia del agradecimiento a nuestras abuelas, las que tocaban el pandero y cantaban nuestro folclore o daban palmas y zapateo y nunca gozaron de reconocimiento alguno.

Si alguien conoce a más mujeres españolas bateristas/percusionistas o tiene vídeos antiguos de nuestras ancianas tocando que me los mande por favor, me encantaría hacer un recopilatorio histórico: gloriamaurel@gmail.com.

Para empezar, investigando por internet, he encontrado a Carmen y a Elisa:

– Carmen López (85): documental La Chica de la Orquesta dirigido por Isabel Soria y José Manuel Herraiz. Fue la baterista de la orquesta aragonesa de su hermano “La Armónica” de Sestrica en los años 50’.

– Elisa Zarcero Mora (1935): tocaba la batería en el grupo familiar extremeño “Los Zarcero” en los años 40’.

Claro está que los tiempos han cambiado, y mucho, mi generación (por lo menos en España) ya ha gozado de tener todas o la mayoría de libertades y oportunidades a su alcance, pero aún estamos bastante lejos de un ideal que jamás hubiera tenido que batallarse y que nos hace perder a todos. Y, de hecho, hoy estamos navegando en el otro extremo que es igual de peligroso y absurdo. Instagram está lleno de recopilatorios de chicas bateristas más concentradas en su escote que en los tambores. Ni tanto ni tan poco, por favor.

Concentrémonos en derribar muros y en construir personas sensibles e inteligentes, con capacidad crítica y creativa, con ganas de mejorar las cosas, con empatía, con imaginación. Esto, amigxs, no tiene sexo. Estoy totalmente de acuerdo con Coleridge cuando dice que una mente grande es andrógina. Cuando se produce esta fusión, la mente se fertiliza plenamente y usa todas sus facultades.

Así que trataré de seguir mi sendero haciendo oídos sordos a cualquier opinión como nos propone Virginia Woolf en su obra “Un cuarto propio”.

“Ni el elogio ni la censura significan nada. No: por más placentero que resulte el pasatiempo de medir, es la ocupación más inútil de todas, y el someterse a las normas de los medidores, la más servil de las actitudes. Escribid lo que deseéis escribir: esto es lo único que importa; y que importe durante siglos o solo durante unas horas, es impredecible. Pero sacrificar un solo ápice de tu visión, un matiz de su color, en deferencia a – (…) – es la traición más abyecta (…).”

Y aquí mi gran duda: ¿Habré caído en ese pecado? ¿Cómo sería si no hubiera tenido la sensación de tener que estar demostrando mi valía por el hecho de ser mujer?

sdr

A propósito, aquí van algunas recomendaciones para conocer a grandes referentes:

LIBROS:

– Un cuarto propio de Virginia Woolf

– Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado de Maya Angelou

– Mujeres, raza y clase de Angela Davis

– Siempre han hablado por nosotras de Najat el Hachmi

– Mujeres y Poder: un manifiesto de Mary Beard

– Milk and Honey de Rupi Kaur

BIOPIC/DOCUMENTALES:

– Chavela Vargas: El ruiseñor y la noche de Rubén Rojo Aura

– Mercedes Sosa: La voz de Latinoamérica de Rodrigo H. Villa

– Janis Joplin: Janis de Amy Berg

– Amy Winehouse: Amy de Asif Kapadia

– Maria Bethania: Maria Bethania: música y perfume de Georges Gachot

– Aretha Franklin: Amazing Grace de Allan Elliot y Sydney Pollack

– Alicia de Larrocha: Las manos de Alicia de Verònica Font y Yolanda Olmos

– Maria Callas: Callas de Tony Palmer

– Nina Simone: What Happened Miss Simone? De Liz Garbus

– Jane Goodall: El viaje de Jane de Lorenz Knauer

– Bobbi Jene: Bobbi Jene de Elvira Lind

– La Chana: La Chana de Lucija Stojevic

– Matilde Coral: Matilde Coral: acariciando el aire de Paco Ortiz

– Sol Picó: De rodillas corazón de Susanna Barranco

– Sara Baras: Sara Baras. Todas las voces de Pepe Andreu y Rafael Molés

– Joana Biarnés: Joana Biarnés, una entre todos de Òscar Moreno y Jordi Rovira

– Alice Guy-Blaché: La Pionera de Pamela B. Green

– Bronislawa Wajs: Papusza de Joanna Kos-Krauze y Krzystof Krauze

– Hanna Arendt: Vita Activa, el espíritu de Hannah Arendt de Ada Ushpiz

– Séraphine de Senlis: Séraphine de Martin Provost

– Paula Rego: Los secretos de Paula Rego de Nick Willing

– Dora Carrington: Carrington de Christopher Hampton

– Kusama: Kusama: Infinito de Heather Lenz

– Coco Chanel: Coco antes de Chanel de Anne Fontaine

– Ruth Bader Ginsburg: RBG de Julie Cohen y Betsy West

– María Moliner: María Moliner, tendiendo palabras de Vicky Calavia

– Period. End of Sentence de Rayka Zehtabchi

– Mujeres Viajeras, serie de tv2

(*FILMIN tiene una colección bajo el nombre de Pioneras donde podéis encontrar la mayoría de títulos).

Gloria Maurel