Ludwig-LM400

LA CAJA MÁS GRABADA DE LA HISTORIA

Si buscas en Google la caja más grabada de la historia… Bueno, si buscas en castellano la caja más grabada de la historia, salvo un post en Batacas, te salen un montón de movidas raras que tienen poco que ver con la batería. Pero es lo que tiene este instrumento y el internet hispano. En cualquier búsqueda lo más normal es dar con un montón de posts sobre bricolaje y electrónica. Si no, probad a buscar batería de segunda. O mejor, la risa, platos turcos. Os vais a hartar del kebab. 

Mejor probad a buscar en inglés, Most recorded snare drum. Ahora que reboten las baquetas en un bonito redoble, por favor… Crash. Ahí la tenéis. Letras en negrita. Con foto y todo. La Ludwig Supraphonic es, supuestamente, la caja más grabada de la historia dice -en una traducción libre- el texto que acompaña a la imagen. Después, aproximadamente, dieciséis millones de resultados más se enzarzan en una discusión eterna sobre si esto es cierto o no y si, lo más divertido de todo, vale la pena hacerse con una.

Venga, que levante la mano el que no tenga, quiera o haya deseado alguna vez poner las baquetas encima de una. Pues eso. Pero ¿qué tiene esta caja para ser tan rematadamente famosa? ¿de verdad es la que más se ha grabado jamás? ¿no puedo conseguir lo mismo con cualquier otra caja de aluminio?

Como me dijo un profe de batería cuando le pregunté cómo podía aprenderme el solo de Moby Dick: vamos por partes. 

Flashback. 1960. EEUU. La primera oleada del Rock&Roll iba perdiendo impulso. Elvis estaba haciendo la mili en Alemania. Eddie Cochram palmó en un accidente de carretera. Buddy Holly y Ritchie Valens llevaban aproximadamente un año criando malvas. Pero no todo andaba muerto. Ese año salió el Giant Steps de Coltrane y el Sketches from Spain de Davies. Johnny Cash, Muddy Waters, Bo Diddley y Etta James tenían disco nuevo. Y unos chavales de Liverpool que se hacían llamar The Beatles debutaron en Hamburgo. 

Ese año, en la página 2 del catálogo de la compañía Ludwig Drums de Chicago, se presenta un nuevo producto bautizado como la Super-Ludwig. “Aquí está, por fin, la respuesta a los sueños de cualquier baterista”. Dice el folleto. Y viene avalada por el mismísimo Joe Morello: “Corta como una loca”, decía el tipo que venía de hacer caminar el Take Five. Ahí es nada. 

Por ochenta y ocho dólares -noventa si querías la versión de 6,5”- podías tener esa caja de latón macizo, de una pieza, diseñada con un novedoso cuerpo que incluía un reborde en el centro para dar más calidez al sonido.  

Hal Blaine, el hombre más grabado

gloria. Una caja más que competía con las Slingerland Radio King de madera que, por aquél entonces, eran el estándar del estudio de grabación. Pero el aval de Morello y de otros bateristas de jazz que veían en la sensibilidad del cuerpo metálico una herramienta más adecuada para el comping del Cool jazz que estaba de moda la hicieron conseguir los primeros adeptos. 

El fabricante siguió ofreciendo el modelo en los años siguientes. Del jazz la caja había saltado, tímidamente, a algunos estudios. Una nueva generación de músicos de sesión empezaron a aficionarse a ella. Y entonces, unos cuatro años después de su introducción, se conjugaron tres factores que hicieron despegar la leyenda. Ludwig cambió el material. De latón pasó a una aleación de aluminio y zinc que bautizaron tiempo después como Ludalloy; aunque, en el 64, eludían la cuestión de que, en realidad, se habían pasado del latón a un material más económico para abaratar costes; se limitaban a decir que la caja era de “metal sólido”. Ese mismo año también hay un cambio en el catálogo: la Super-Ludwig pasa a denominarse Supraphonic. Pero el verdadero salto hacia delante fue una casual maniobra de marketing que hizo de Ludwig The Most Famous Name in Drums. 

En febrero de 1964 Ed Sullivan acogió en su programa de televisión a unos poco conocidos The Beatles. La fiebre estalló. El mito había nacido y, a partir de entonces, todo lo que ellos rozaron se convirtió en oro. Eso incluía el kit Blue Oyster de Ludwig que Ringo estaba tocando. Y su caja. Todos los jóvenes querían ser como los Beatles. Y, si su batería tocaba una Ludwig, los aprendices de golpeador de medio mundo quería aporrear algo como aquello. 

Mitch Mitchell – Jimmy Hendrix

Gracias a Ringo, Ludwig Drums se hartó de vender. Y con cada kit nuevo de gama media incluyó su nueva Supraphonic: fiable, barata de producir y con buenas opiniones por parte de los profesionales. De pronto el sonido de la LM400 se volvió ubicuo. Prácticamente todo el que a finales de los sesenta y principios de los setenta tocaba con Ludwig, usaba una Supra. Eso, por aquél entonces, incluía a John Densmore, Bill Ward, Ginger Baker, Mitch Mitchell o John Bonham. Incluso algunos que no eran chicos Ludwig, como Charlie Watts, usaban una supraphonic de vez en cuando en el estudio y en directo. 

Por si esto fuera poco entre los jóvenes, y no tan jóvenes, bateristas que habían adoptado la Supraphonic en los primeros sesenta había algunos músicos de sesión como Hal Blaine, Roger Hawkins o Clem Cattini, responsables de grabar las baterías de todas las estrellas del pop, rock y soul solista que se registraron esos años. 

Hablamos de la gente que, en los 60 y 70, puso ritmo a algunos de los principales éxitos de Frank Sinatra, The Supremes, Simon&Garfunkel, Neil Diamond, Wilson Pickett, Etta James, Aretha Franklin, Joe Cocker, Paul Anka, The Kinks, Tom Jones, Jeff Beck, o Bee Gees, por citar algunos. Y en los setenta y ochenta todavía se apuntaron unos cuantos más: Steve Gadd, Al Jackson, Jim Gordon, Jim Keltner… 

Bill Ward – Black Sabbath

Con esa fama entre los músicos de sesión que definieron el sonido del pop/rock durante treinta años, la supra se convirtió en una herramienta imprescindible en cualquier estudio de grabación. Una herramienta fiable, que se afina bien y que es capaz de darte lo que le pidas, por abajo sin demasiados armónicos y por arriba sin llegar a ahogarse. Por mucho que le aprietes las tuercas. Ya eran fiables en los primeros sesenta, cuando estaba hecha de latón. Y lo siguen siendo hoy en día. Con su aleación de aluminio cromado y –ups– todos los herrajes chinos. En realidad ese es, prácticamente, el único cambio que ha sufrido a lo largo de los años la Supra: los aros ya no son de latón, las bellotas están hechas por encargo en una maquila asiática –como en casi todos los fabricantes– y el tirador, bueno, el tirador no es lo mejor que tienen las cajas Ludwig. Pero el casco, ese casco sólido de aluminio macizo, es el mismo con el que se han grabado prácticamente todos los números uno de los últimos cincuenta años. 

1960 – 1er modelo

Con ese currículum es fácil entender por qué se la considera la caja más grabada de la historia. Quizá no lo sea. En realidad es imposible decirlo con seguridad. Siendo realista supongo que puedes llegar a sacar el mismo sonido de una Starphonic, de una Recording Custom o incluso de una WorldMax. Pero teniendo en cuenta dónde, cuándo y por quién se ha usado para grabar, supongo que cuando todos hemos querido lanzar unos diddles sobre una Supraphonic no es por cómo se afina ni lo que aguanta. Es porque, como un Marshall, un Neumann o el We Will Rock You, es un pedazo de historia de la música del siglo XX.

MARCOS GARCÍA

The Shuffle Store

1964 – Aparece la Supraphonic